Novela negra: ¿De qué estamos hablando?

Novela negra: ¿de qué estamos hablando?

Hasta 1920, dentro de la narrativa criminal, imperaba la novela enigma, es decir el tipo de novela en el que la trama se basa en la resolución de un misterio. El género lo inventa Edgar Allan Poe con el relato detectivesco titulado «Los crímenes de la calle Morgue» publicado por primera vez en la revista Graham’s Magazine, de Filadelfia, en el mes de abril de 1841, pese a que algunos remonten el género hasta el antiguo testamento pasando por determinadas épocas. Se equivocan. El primer relato con la estructura de narración enigma es el del escritor americano, tan célebre como malogrado.

Cuándo y cómo nace la novela negra

¿Qué ocurre entonces en 1920? Varias cosas. La primera es la instauración de la Ley Seca en estados Unidos, es decir, la prohibición de beber alcohol. Esto propicia el nacimiento de un fenómeno: el gansterismo, que ve la ocasión de hacer muchísimo dinero con la venta de alcohol ilegal en garitos clandestinos. Si bien los gánsteres ya existían, nunca habían alcanzado la misma dimensión que a partir de este momento, ya que el negocio les da para comprar policías, periodistas y hasta jueces y políticos.

La segunda es la reducción de la jornada horaria de los trabajadores que se traduce en más ocio para, entre otras cosas, leer.

La tercera es el abaratamiento del papel de pulpa y la alta capacidad de las nuevas rotativas para imprimir.

Es entonces cuando dos escritores que hasta entonces habían escrito relato enigma dan a conocer a sus nuevos detectives: Race Williams y el Agente de la Continental, concebidos respectivamente por Carroll John Daly y Dashiel Hammett.

Yo los denomino escritores bisagra, por haber participado en las dos tendencias. Pese a que en España se nombra al segundo como padre de la novela negra, el detective que triunfó y se impuso fue el duro y solitario Race Williams de Daly, frente al agente de la Continental, que trabajaba en una agencia.

La razón es que a Daly no se le tradujo al español apenas. De hecho, solo tiene una novela traducida, El séptimo asesinato (que, por cierto, es una novela enigma), publicada en la colección «La Novela Negra», de Ediciones Mépora en la década de los cuarenta (el precio de venta al público era de cuatro pesetas). Y dos traducciones al catalán en la mítica colección «La Cua de Palla», que dirigieran Manuel de Pedrolo (uno de los padres de la novela negra española) y posteriormente el erudito de novela y cine negro Javier Coma: El bram de la bèstia y La mà amagada.

A Daly y a Hammett les interesan poco las tramas de misterio. Probablemente influidos por el naturalismo de Zola y siguiendo los patrones narrativos de las novelas del Oeste (cambian al sheriff por el detective, a los caballos por los coches, a las casas bajas de los pueblos por los rascacielos de la ciudad y a los bandidos por los gángsteres) optan por otro tipo de tramas que denuncian la corrupción de las instituciones y muestran todo tipo de ambientes de los bajos fondos bajo el telón de la Prohibición. Posteriormente, Chandler aportaría la guinda del estilo.

La novela negra es, por tanto, una escisión de la novela enigma y ambas tendencias con sus subgéneros posteriores conviven desde entonces. Al principio, el género negro conserva elementos comunes con su matriz, como el detective, los policías y las tramas. Pero después estos elementos se van desechando cada vez más.

Willian Riley Burnett inventa la crook story, un tipo de novela en la que los protagonistas son los delincuentes. Pero sigue latente la máxima de que el bien tiene que triunfar. Se rompe la realidad ordinaria de los personajes, pero se tiene que restablecer el orden.

Todo esto se irá perdiendo, diluyendo, hasta que David Goodis o posteriormente Hubert Selby Jr. entre otros, demostraron de manera magistral que no tenía por qué ser así porque, más a menudo de lo que pueda parecer, en la vida real las cosas salen mal.

Ellos ponen como protagonistas a antihéroes que o bien no consiguen sus objetivos o que los consiguen parcialmente y a un alto precio, emparentando al género de forma definitiva con el realismo sucio.

¿Qué diferencia realmente a la novela negra?

Uno de los aspectos más importantes de la novela negra es el estilo de la narración. Normalmente, los párrafos deben de ser duros, secos, con ausencia de muchas descripciones y adjetivos. Esto incrementa el ritmo de la narración y la novela negra es ritmo.

Una novela negra no es una historia que se cuenta con el estilo de una redacción de educación secundaria o bachillerato del estilo «mi día en el parque de atracciones». No.

Ni siquiera es una historia con crimen u otro delito de cualquier naturaleza contada al modo de un documental de National Geographic. No.

Tampoco es una historia en la que desaparece el jarrón de la abuela y aquella sobrina lista ayudada por su novio boticario resuelve el misterio enfrentándose a peligros tan escalofriantes como saltarse una hora de escuela con el riesgo de ser pillada in fraganti. Misterio que para más inri se resuelve gracias a ese contacto del grupo de WhatsApp de misterio de aficionados al misterio. No.

Y ni mucho menos es una historia investigada por un detective al que le gustan los animalitos, cliente de herbolario aficionado a las terapias alternativas nueva era que escribe poemas de amor en sus ratos libres y es gay porque ser gay está bien visto socialmente y es políticamente correcto y porque «ya estamos hartos de detectives duros y machistas».

El detective o policía clásico tiene que ser duro porque se va a enfrentar a traficantes, asesinos, violadores, atracadores, pederastas o mafiosos, no por el capricho de «denostados» y «obsoletos» escritores como Chandler o Jim Thompson.

Y el lenguaje y el estilo utilizados deben ser intensos y deben golpear las entrañas no por el capricho de cuatro escritores chulos o machistas, sino porque nos describen hechos deleznables y horribles y, por tanto, muy dramáticos.

No hay nada más ridículo que describir hechos de esta naturaleza con un lenguaje costumbrista y un estilo timorato.

Por eso me rio cuando críticos o catedráticos de literatura alegan que el género negro es un género menor, ignorando que, como nos enseñó Chandler (que, por cierto, también era poeta), que el género negro es estilo, logrado como comentaba anteriormente con la economía de adjetivos y descripciones, pero también con el uso de metáforas, comparaciones y símiles, recursos evidentemente poéticos.

La demostración: la novela negra es un estilo

Pero dejémonos de teorías y vayamos a la práctica. Les voy a proponer un ejercicio. Voy a componer un poema en una forma clásica que en este caso será un soneto de versos endecasílabos y rima consonante de dos cuartetos (rima ABBA) y dos tercetos (rima CDC). Háganlo después ustedes inventando, creando el suyo propio, y verán.

Podría haber elegido otra estructura, clásica o contemporánea, pero había que elegir una. Lo importante es que vean que voy a partir de una estructura poética encorsetada para evolucionar a una estrofa en prosa que se podría encuadrar en cualquier capítulo de cualquier novela negra, pasando por dos fases intermedias.

Obviamente, si queremos llegar a una estrofa en prosa que sea parte de un relato negro, la temática del poema tendrá que ser oscura. Vamos a ello:

Huida del infierno arrastrando dolor,
por la soledad de calles vacías
transitadas por almas muy perdidas,
invisible, en la ausencia de calor.

La comprensión se diluyó en la nada,
en inviernos cuyo frío me hiela,
el frío cuya amistad me interpela,
desde atrás, soledad no deseada.

La vegetación está tan marchita
como el esqueleto de mi espíritu,
paisaje yermo, ruindad circunscrita.

En mi recuerdo ya no queda nada,
ni el camino de regreso al infierno,
pérdida permanente y agotada.

Bien, pues lo que vamos a hacer ahora es transformar el texto en otro poema, pero desposeyendo al original de la métrica, la rima y la estructura, es decir, vamos a transformarlo en un poema de verso libre que se va a parecer un poco más a la prosa, aunque siga siendo un poema

Tan lejos del infierno y tan cerca,
pateando calles vacías si exceptuamos
todos esos espíritus perdidos
en el frío de una ciudad,
que ni entiende ni comprende,
que te envuelve en ese vaho frío
donde la soledad se congela,
de edificios decrépitos y parques
de naturaleza muerta y basura podrida,
en la que carezco de alma y de recuerdos,
ni siquiera el del regreso al infierno.

El siguiente paso será transformar este poema en un texto en prosa que algunos podrían llamar prosa poética, porque pese a ser prosa pura conserva la impersonalidad del poema, ya que no sabemos bien quién es el protagonista que transita un paisaje metafórico más propio que la poesía que de la prosa:

Recién salido del infierno con la sensación lúgubre de permanencia mientras camino por calles vacías rodeado de almas que tampoco entienden nada. Soy invisible. La esperanza de la añorada comprensión desapareció una noche de invierno cuyo frío es mi mejor amigo desde entonces y para siempre. Entro en un parque lleno de vegetación marchita, de bancos oxidados y vidrios rotos tan romos como las aristas de lo que un día fue mi espíritu. Ya no queda nada. Ni siquiera el camino de regreso al infierno.

Si nos fijamos bien, hemos transformado un texto poético en un texto en prosa, hemos evolucionado algo etéreo en algo un poco más terrenal si consideramos la poesía como arte sutil y la prosa como algo más tangible. Pero el texto todavía está bastante despersonalizado y es, aunque muy contundente, volátil. Vamos a personalizarlo inventándonos un protagonista que sufre en sus carnes esas desventuras de las que habla el texto y vamos a conservar recursos como las metáforas y las comparaciones presentes, pero las vamos a mezclar con frases que describan, con contundencia, situaciones más reales y reconocibles:

Pepe Reyes lo pasaba tan mal intentando sobrevivir para ayudar a los suyos que cada vez que tenía una buena racha, por leve que fuera, sentía que salía del infierno, aunque no lograba desasirse del todo de él. Tenía la sensación de ser un alma perdida que junto a muchos semejantes caminaba por calles vacías de gente normal, todos bastante invisibles para el sistema, que había dejado de comprenderlos y atenderlos mucho tiempo atrás. Lo peor era el invierno, porque si no se tiene techo o el que hace las veces es la bóveda de un subterráneo o un puente, el frío te acompaña siempre. La ciudad era sucia, sus edificios decrépitos, los parques eran museos de naturaleza muerta y porquería. A veces, Pepe pensaba que ya no le quedaba nada. Sus recuerdos habían muerto tiempo atrás. Y el camino de regreso al infierno no le hacía falta recordarlo. Porque el infierno iba con él a todas partes.

Acabamos de ver cómo partiendo de un poema hemos ido moldeando el texto hasta conseguir una estrofa que podríamos incrustar en una novela negra. Los ingredientes de una novela negra son: una buena trama, unos buenos personajes, una buena dosis de acción que contribuirá al ritmo y la ambientación o atmósfera que podamos construir teniendo en cuenta la poética que podamos aportar, porque como ya he dicho, la novela negra tiene que ver mucho con la poesía. Yo particularmente cuando leo una novela negra que adolece de falta de estilo y en la que no hay ninguna metáfora, sencillamente, dejo de leer porque deja de interesarme. Termino con un ejemplo práctico de un párrafo de la novela de David Goodis «Descenso a los infiernos»:

Tendió la mano para cogerlo e iba a llevárselo a los labios cuando la vio entrar en el salón de cócteles. Avanzó hacia él cual una hoja de fino acero blanco azulado, como si fuera a cortarlo en dos. Aquí viene —pensó, mirando desconsolado la silueta de su mujer; y cerró los ojos y deseó mantenerlos así durante mucho, mucho tiempo y se dijo—: Punto uno, no puedes soportar verla. Punto dos, no puedes soportar la idea de perderla. Punto tres, en nombre de Dios, ¿qué diablos te pasa?

 
Paco Gómez Escribano

El autor del artículo

Paco Gómez Escribano

Es autor de diez novelas: El círculo alquímico (2011); Al otro lado (2012); Yonqui (2014); Lumpen (2015); Manguis (2016); Madrid Prisión (2017); Cuando gritan los muertos (2018); Prohibido fijar cárteles (2019); 5 Jotas (2020); y ahora Narcopiso (2023). 

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